La Libertad Como Practica Docente
GAOMALE12 de Junio de 2013
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Para realizar una buena lectura es recomendable que te organices interna y externamente, dispón del espacio y tiempo adecuados, un diccionario especializado es un apoyo para comprender las ideas y conceptos del autor.
Antes de comenzar la lectura:
1. Ten presente tu objetivo y expectativas.
2. A qué te remite el titulo del texto “La libertad de expresión como base de la creatividad”. Qué piensas del subtitulo “los niños y la poesía”. ¿De qué manera relacionarías la libertad de expresión, la creatividad y la poesía? Si es posible escríbelo
3. Has una pre-lectura e identifica la idea central del texto. Busca en el diccionario aquellas palabras que están remarcadas si es que no las conoces.
Los niños y la poesía de Luis Porter es un texto apasionante que habla sobre el increíble potencial creativo de los niños, esa capacidad creadora que solo mantienen los artistas; que desgraciadamente la escuela, la familia y el mundo adulto no comprende. Ágilmente Porter nos abre al mundo infantil con textos experienciales y literatura de un gran valor estético. Apoyado en los planteamientos del pedagogo Jesualdo Sosa, plantea que los niños son pequeños grandes artistas que son violentados solo por ser niños.
LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN COMO BASE DE LA CREATIVIDAD
LOS NIÑOS Y LA POESÍA
por:
LUIS PORTER
mayo 1996
El presente escrito se inspira en una conferencia leída en el año de 1937, en el salón American Club, de la localidad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, como parte de las actividades que organizaba el “Grupo Claridad” del entonces todavía no proscrito Partido Comunista. Mi labor no ha sido otra que la de evocar con palabras y ejemplos de hoy, lo que otras voces nos siguen diciendo desde los papeles de ayer. Dedico este mínimo esfuerzo a la memoria del gran maestro uruguayo Jesualdo Sosa, y a la de mi padre, Julio Porter, que en aquél año de 1937, hace cincuenta años, escribió y leyó la versión original del presente escrito.
Crónica
Las semanas tenían siete domingos...
El ayer era un sueño y el mañana un perdón
Y era la vida un simple problemita de suma
Como esos problemitas de primero inferior.
Aun vibraba en los aires una canción de cuna
-último traje nuevo que nos engalanó-
Y en el cuadriculado del cuaderno de apuntes
Nuestro nombre ensayamos por primera intención.
Era el tiempo sin mañana ni ayeres
Barrilete que al cielo nuestros ojos llevó,
Y allí fueron los juegos, y allí la primer riña
Y allí el primer remiendo de nuestro pantalón...
Partidos de pelota en el cordial baldío
Que se abría en la esquina como una bendición.
Cielo de las rayuelas, rechinar de los trompos
Piruetas de balero, vigilante y ladrón...
Bocas embadurnadas por el pan con manteca
Que al volver de la escuela mamá nos preparó.
Tardecitas serenas entibiadas de rondas
Y noches perfumadas de infantil ilusión.
Era la vida un simple problemita de suma
Y el ayer era un sueño y el mañana un perdón
Tenían las semanas siete domingos claros
Y éramos niños, niños... pero eso se acabó.
Roberto Valenti
“Domingos del tiempo bueno” publicado en 1933.
LOS NIÑOS Y LA POESÍA
Bajo el rótulo de “Los niños y la poesía” cabe una tumultuosa mezcla de conceptos y de posibilidades de estudio. Creo conveniente entendernos primero acerca de cuáles son los elementos puros o posibles que lo forman. Podría ensayarse un paralelo entre los niños y la poesía. Delimitar dos cosas que no tienen límite posible. Podría ensayarse un paralelo entre la poesía y la expresión y entre la expresión y la creatividad. Podría ensayarse un paralelo entre creatividad y educación innovadora. Podría también comprenderse un estudio de las creaciones poéticas de los niños, que, como luego veremos, son de una riqueza extraordinaria. En otra forma, también tendría lugar bajo la misma designación, y en forma opuesta, una investigación sobre los poetas que han dedicado su vocación en los niños. A modo de viaje a través de la extensa geografía de este tema, hemos de recorrer sus distintas latitudes, con la misma rapidez del turista que solo ve los paisajes esenciales, -aunque sin desconocer lo profundo-, pero cuyo sondeo solo habré de iniciar para que el riesgo de cada uno de ustedes, lectores, realice el resto. A grandes trazos, pues, y con un tren vertiginoso que ha olvidado recoger los detalles, pero que llega a todos sus destinos, partimos.
No recuerdo qué acertado autor ha dicho que el poeta es un ser que conservó los ojos de niño. Es tan pura y exacta esta definición que su tono axiomático hace inútil cualquier discusión sobre ella. En verdad, hay tal correlación entre el poeta y el niño, que su expresión es dialécticamente idéntica. Los gestos y las palabras de los niños, las anécdotas de la infancia, tienen en si una virtud incomparable, la de su pureza. Todo en el niño nace por vez primera, todo nace limpio de impedimentos e intereses. Su palabra y su gesto es una energía directa de la vocación. En su espíritu se van modulando las primeras influencias del ambiente: los objetos que se mueven, al principio; luego las formas conocidas, el conocimiento de su propia existencia, y el hecho, el ejemplo, por fin, que argamasa junto con sus gérmenes hereditarios, lo que conforma una modalidad de vida diferenciada.
Como profesional de lo educativo, qué explicación podrías dar a esta afirmación
Pero el niño responde siempre, en principio, a una personalidad aun instintiva. De ahí que su expresión, cualquiera que sea, surge límpida y bruscamente verídica, en concordancia con la inicial vocación y los pocos conocimientos adquiridos. El niño es un asombro ante lo desconocido. Todo adquiere en él contornos mágicos. Todo guarda para él recodos que nosotros ya hemos olvidado. Su expresión dificultosa por los medios con los cuales cuenta, resulta de una riqueza de imágenes formidable, porque debe valerse de un escaso caudal de elementos, primero, y segundo porque ve y siente todo a través de un cordaje aun no pulsado, dando así su nota primitiva, cuyo sonido es intensamente hermoso. A esta predisposición me referiré más adelante. Lo que quiero resaltar ahora es la pureza primitiva de la expresión infantil, que implica la más preciada fuente de la poesía, porque nace en una sensibilidad virgen que ve, siente y gusta todo, no a través de formas estereotipadas, influenciadas, indiferentes muchas veces, sino a través de su verdadera configuración, porque ve, siente y gusta con su personalidad, con su energía inicial, con su impulso distintivo, y lo expresa con formas más interiores aun a la conciencia, que adquieren, por esa condición, la más íntima esencia, la virtud misma de la poesía.
Los gestos del niño, cuya personalidad no ha sido hollada sino por ajustados pasos, tienen una belleza y un ejemplo magníficos. Todo en el niño es poesía, si es que cabe también este vapuleado nombre para designar belleza y verdad, alma abierta, amor, destino principiado. Todo en el niño es poesía, si el mundo permitiera encaminar su vocación por rumbos libres. Pero sobre su sangre pura se van acumulando los ejemplos, los conocimientos, los intereses, los prejuicios, las llagas del espíritu, se van amputando las anécdotas de su libertad. Hay como un confabulado desconocimiento del valor del niño. Hay como un pacto de menosprecio, que incide tan agudamente en los años infantiles, hasta truncar, como la vida cotidiana tiene consignado, la verdadera personalidad que comienza a desarrollarse, o lo que es peor, a deformarla.
Recuerdas a qué jugabas cuando eras niño, esa etapa en la que todo te sorprendía y el mundo era un misterio; has observado a los niños cuando están inspirados en soliloquios que solo ellos alcanzan a entender. ¿Qué papel debería tener la escuela para enriquecer el mundo interior del niño y evitar el menosprecio de su creatividad?
Y es que, precisamente, para cultivar y favorecer la poesía innata en el niño, su propia alma, su fabulosa imaginación, su afán de vida, su sangre encaminada, es necesario una residencia de bondad, de comprensión, de virtudes, en el cual pueda extenderse con libertad toda la energía del niño, partiendo de esa maravillosa estrella receptora de los cinco sentidos, como las cinco puntas de la estrella del alba. Porque la niñez es alba y estrella el niño.
¿Pero existe acaso ese lecho propicio para su desenvolvimiento? Hojear cualquier anecdotario infantil que tenga una raíz terrestre es contestar negativamente el interrogante planteado. Quiero tomar como ejemplo un libro maravilloso, que ha estado por décadas fuera de impresión e inaccesible en las librerías: Juan Cristóbal, de Romain Rolland. Esta obra incalificable por hermosa, en cuyo transcurso se mueve la multiforme marcha de una vida, desde su primer llanto, historia en sus dos primeros tomos la niñez del protagonista. Con una profundidad oceánica en las observaciones, el autor detalla ese nacimiento del alma nueva que comienza a relacionarse con las cosas del mundo exterior, mediante su tumultuosa vida íntima que se agita en imaginaciones creadas con los objetos y los hechos de la realidad. Veremos en los párrafos que transcribiré la abismal imaginación de Juan Cristóbal, el florecer de sus primeras emociones. Y como una espada que cercena el sueño, los acontecimientos del ambiente que truncan sus expresiones
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