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La Fiesta Del Chivo

carlos_andrs18 de Octubre de 2012

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La Fiesta del Chivo

Editorial Alfaguara

Buenos Aires, 2000

Mario Vargas Llosa

Nació en Arequipa (Perú) en 1936. Tras la publicación de un libro de relatos (Losjefes, 1959), el enorme éxito de sus primeras novelas (La ciudady losperros, 1962, Premio Biblioteca Breve y Premio de la Crítica en España, La casa verde, 1966, y Conversación en La Catedral) lo convierte en uno de los representantes más señeros del boom latinoamericano. A partir de este período, su biografía y su bibliografía se van enriqueciendo hasta niveles que sólo los más grandes autores alcanzan. Mario Vargas Llosa ha obtenido los más importantes galardones literarios, desde el Leopoldo Alas por Losjefes hasta el Cervantes de 1994, pasando por el ya mencionado Biblioteca Breve, el Formentor, el Rómulo Gallegos, el Príncipe de Asturias, el Planeta, etcétera. En 1997 Alfaguara publicó su, hasta ese momento, última novela Los cuadernos de don Rigoberto.

Profesor universitario, articulista, académico, ensayista político, Vargas Llosa es actualmente una de las personalidades intelectuales de más peso en el mundo entero.

A Lourdes y José Israel Cuello,

y a tantos amigos dominicanos.

«El pueblo celebra con gran entusiasmo la Fiesta del Chivo el treinta de mayo.»

Mataron al Chivo Merengue dominicano

I

Urania. No le habían hecho un favor sus padres; su nombre daba la idea de un planeta, de un mineral, de todo, salvo de la mujer espigada y de rasgos finos, tez bruñida y grandes ojos oscuros, algo tristes, que le devolvía el espejo. ¡Urania! Vaya ocurrencia. Felizmente ya nadie la llamaba así, sino Uri, Miss Cabral, Mrs. Cabral o Doctor Cabral. Que ella recordara, desde que salió de Santo Domingo («Mejor dicho, de Ciudad Trujillo», cuando partió aún no habían devuelto su nombre a la ciudad capital), ni en Adrian, ni en Boston, ni en Washington D.C., ni en New York, nadie había vuelto a llamarla Urania, como antes en su casa y en el Colegio Santo Domingo, donde las sisters y sus compañeras pronunciaban correctísimamente el disparatado nombre que le infligieron al nacer. ¿Se le ocurriría a él, a ella? Tarde para averiguarlo, muchacha; tu madre estaba en el cielo y tu padre muerto en vida. Nunca lo sabrás. ¡Urania! Tan absurdo como afrentar a la antigua Santo Domingo de Guzmán llamándola Ciudad Trujillo. ¿Sería también su padre el de la idea?

Está esperando que asome el mar por la ventana de su cuarto, en el noveno piso del Hotel Jaragua, y por fin lo ve. La oscuridad cede en pocos segundos y el resplandor azulado del horizonte, creciendo deprisa, inicia el espectáculo que aguarda desde que despertó, a las cuatro, pese a la pastilla que había tomado rompiendo sus prevenciones contra los somníferos. La superficie azul oscura del mar, sobrecogida por manchas de espuma, va a encontrarse con un cielo plomizo en la remota Línea del horizonte, y, aquí, en la costa, rompe en olas sonoras y espumosas contra el Malecón, del que divisa pedazos de calzada entre las palmeras y almendros que lo bordean. Entonces, el Hotel Jaragua miraba al Malecón de frente. Ahora, de costado. La memoria le devuelve aquella imagen -¿de ese día?- de la niña tomada de la mano por su padre, entrando en el restaurante del hotel, para almorzar los dos solos. Les dieron una mesa junto a la ventana, y, a través de los visillos, Uranita divisaba el amplio jardín y la piscina con trampolines y bañistas. Una orquesta tocaba merengues en el Patio Español, rodeado de azulejos y tiestos con claveles. ¿Fue aquel día? «No», dice en voz alta. Al Jaragua de entonces lo habían demolido y reemplazado por este voluminoso edificio color pantera rosa que la sorprendió tanto al llegar a Santo Domingo tres días atrás.

¿Has hecho bien en volver? Te arrepentirás, Urania. Desperdiciar una semana de vacaciones, tú que nunca tenías tiempo para

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