FORMACIÓN PSICOPEDAGÓGICA DE LOS DOCENTES UNIVERSITARIOS
zhurpyriru2 de Enero de 2013
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La labor docente más que una profesión que se enseña en instituciones educativas, -donde muchas veces los propios profesionales que fungen como docentes- no fueron preparados para desempeñar el rol, la docencia debe ser más un principio que brote desde la verdadera vocación, fidelidad y convicción de la labor como tal. Actualmente, un profesional egresado, ejerce el rol de docente sin existir en su currículo de formación, ejes o dimensiones para educarlos a futuro en el perfil. Se cometen errores institucionales que agreden a la educación, cuando se contratan docentes que no tienen la suficiente preparación en docencia, en investigación, y que por ende, practican y ejercen desde otra profesión la docencia como una simple tarea de dar clases e impartir contenidos catedráticos.
De allí, radica la importancia de crear una cultura interna, para educarlos, actualizarlos, motivarlos a desarrollarse como profesionales desde una disciplina para la docencia. Seria pertinente mencionar que uno de los valores fundamentales del propio docente es la concientización de la practica que va a ejercer como compromiso de educar seres humanos, ciudadanos, profesionales y para ello debe hacerlo fundado en los pilares de sus propios valores personales y profesionales.
Por tanto, es imprescindible que el docente universitario reciba la preparación psicopedagógica necesaria para diseñar, ejecutar y dirigir un proceso de enseñanza-aprendizaje que propicie la educación de valores. Concibiendo el proceso de enseñanza-aprendizaje como un proceso dialógico, participativo en el que docentes y estudiantes asumen la condición de personas en una dinámica transformadora de enseñanza y aprendizaje.
En la medida que el estudiante deja de ser un objeto de aprendizaje que repite mecánicamente la información que recibe y se convierte en un ser humano que procesa, codifica y descodifica, transforma la información y construye conocimientos a partir de sus intereses y conocimientos previos, sobre la base de un proceso profundo de reflexión en el que toma partido y elabora puntos de vista y criterios propios, está en condiciones de formar sus propios valores.
No obstante, el desarrollo del estudiante como sujeto [sic] de aprendizaje y de la educación de sus valores es posible en la medida que el docente diseñe situaciones de aprendizaje que propicien que el estudiante asuma una posición activa; reflexiva, flexible, perseverante, en su actuación. Por ello, es importante el carácter orientador del docente en la educación de los valores, González 1999.
Se hace indispensable, según la autora citada anteriormente, la utilización de métodos participativos en el proceso de enseñanza-aprendizaje como vía importante para el desarrollo del carácter activo del estudiante como sujeto [sic] del aprendizaje y de la educación de sus valores. La utilización de métodos participativos en el proceso de enseñanza-aprendizaje propicia la formación y desarrollo de la flexibilidad, la posición activa, la reflexión personalizada, la perseverancia y la perspectiva mediata de la expresión de los valores en la regulación de la actuación del estudiante.
Aunado a ello, debe imperar una comunicación profesor-alumno centrada en el respeto mutuo, la confianza, la autenticidad en las relaciones que propicie la influencia del docente como modelo educativo en la formación de valores en sus estudiantes, González 1999.
En ese sentido, García Hernández y Otros; Bárbara de los Á. Balbuena Díaz, Hilda, 2005, argumenta que “el docente universitario debe ser un modelo educativo para sus estudiantes. En la medida que el docente exprese en su actuación profesional y en sus relaciones con los estudiantes valores tales como la responsabilidad, el amor a la patria, a las personas y a la profesión, la honestidad, la justicia entre otros, propiciará su formación como motivo de actuación en los estudiantes”.
No obstante, sólo creando espacios de reflexión en el proceso de enseñanza-aprendizaje en los que el estudiante aprenda a valorar, argumentar sus puntos de vista, defenderlos ante los que se oponen a ellos, en los que el estudiante tenga libertad para expresar sus criterios, para discrepar, para plantear iniciativas, para escuchar y comprender a los demás, para enfrentarse a problemas con seguridad e independencia, para esforzarse por lograr sus propósitos; espacios en el proceso de enseñanza-aprendizaje en los que sean los docentes universitarios guías de sus estudiantes, modelos de profesionales, ejemplos a imitar, sólo en estas condiciones estaremos contribuyendo a la educación de valores del estudiante universitario como ciudadano y profesional, quienes en tal condición, finalmente dirigen, construyen y conviven en el contexto, (García Hernández y Otros; Bárbara de los Á. Balbuena Díaz, Hilda, 2005).
Los aportes teóricos hasta aquí resumidos, no hacen sino recordar la necesidad de replantear la manera en la que nos referimos a la tarea de promover la libre y autónoma adhesión a valores universales por parte de nuestros estudiantes. De acuerdo con Frisancho (2001), el “rótulo” más adecuado no es “educación en valores”, y sabemos también que no estamos muy cerca de decidir si debemos llamarle “Formación Ética” o “Formación Moral”. Sin embargo, es evidente que la complejidad de la persona a la que se está formando nos obliga a diseñar una propuesta que involucre a las instituciones educativas en su integridad.
Para Frisancho (2001), la educación moral, es inherente a la labor del educador, pues aunque el docente no se lo proponga está haciendo una educación moral y esto demanda de nosotros pensamiento crítico, fortaleza de carácter, autorreflexión y dedicación constante.
El valor último en las ideas que se quieren proponer, de todos los autores citados y aquí referidos, radica en una concepción vital y es la capacidad del ser humano para juzgar y valorar su entorno, para discernir lo conveniente de lo inconveniente, lo benéfico de lo nocivo. El Criterio, proviene del vocablo griego krite/rion, que en un principio designaba a la criba o cedazo que utilizan los albañiles para colar la arena de las piedras a la hora de preparar la mezcla. Posteriormente se analogó a la capacidad humana para cribar o separar lo justo de lo injusto, lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso.
Sin embargo en nuevas concepciones de pensamiento y conocimiento estas dualidades se suprimen y se van amalgamando bajo una especie de yin y yan, y mediante el abordaje, desarrollo, comprensión y creación de sintagmas como mecanismo para superar los paradigmas que obstaculizan el crecimiento como persona y como sociedad (Khun, 1977), reconociendo con ello que tal vez uno los valores que más se deban desarrollar y estimular y uno quizás de los mas garantes de la autonomía es el “criterio”.
Impera la necesidad de volver al criterio como fuente del actuar humano, apegado a la conciencia y a los valores; es fundamental enseñar a pensar bien, a formar una “cabeza bien hecha” y no “bien llena”, para después actuar correctamente como señala Morin (1999).
Del criterio, en conclusión, depende la clarificación de los valores, la correcta escala de los mismos. Sin criterio las jerarquías axiológicas personales corren el riesgo de contravenir el bienestar familiar y social. Con criterio, por el contrario, es posible el diálogo, el entendimiento incluso intercultural, la democracia y la tolerancia y todos los valores universales que amparan la paz interior en la persona y en la sociedad.
La estrategia para la formación de valores debe quedar reflejada en los objetivos de la disciplina y cada una de las asignaturas, no de forma aislada, como en algunos casos se plantean objetivos educativos e instructivos, sino como una unidad dialéctica y a partir de la forma en que se trabajen los objetivos instructivos lograr el cumplimiento de los objetivos educativos nacionales y universales (valores y convicciones).
La investigación como cultura y didáctica: Mecanismos para fortalecer la consciencia social a través del aprendizaje y la formación en valores.
La promoción de aprendizajes y valores se da y se afirman con la palabra, la vivencia y el ejemplo, los educadores no pueden olvidar que es imposible enseñar valores si no se esfuerzan por vivirlos, por sentirlos, por creerlos y verdaderamente proyectarlos.
Según Pérez, 1999, los valores proceden de una serie de fuentes. Pueden derivar de la enseñanza explícita verbal de los mismos; se pueden aprender de modelos, es decir, de la conducta de los demás; se pueden aprender de individuos o de instituciones; se pueden aprender de las autoridades tradicionales (p.e. profesores) y de los iguales. Por ello, las instituciones educativas deben ocuparse de muchos mecanismos y fuentes de educación en valores. Allí reside, ciertamente, la capacidad de descubrir «el currículum oculto» de una escuela.
La inculcación de valores comporta habitualmente mensajes sobre el valor de modelos de conducta seleccionados, por ejemplo, infundir la lealtad, el valor o la honestidad. El modo de comunicación de estos mensajes puede variar: campañas de pósters, lecturas literarias, presentaciones de medios electrónicos, conferencias, actividades culturales, recreativas, etc. En cualquier caso, se expone a los estudiantes a una serie de mensajes que transmiten la importancia del valor o valores en cuestión, Berkowitz.
Para poder desarrollar y promover los valores e incentivar a los estudiantes en un ambiente de
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