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Psicopatologia pensamiento y lenguaje.

willyespinzaTrabajo15 de Febrero de 2017

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lógicos y psicolingüísticos de los autores considerados «clásicos» (Piaget, Vygotski), y otros teóricos más recientes.

Nuestra idea subyacente sostiene que la relación pensamiento-lenguaje es sumamente compleja y todavía (y tal vez por mucho tiempo) desconocida en profundidad. Pensar y utilizar un lenguaje no son acciones transparentes ni «obvias», sino por el contrario, mecanismos complejos de los que poco se sabe. Como sostiene Whorf (1956): «el pensar es extremadamente misterioso, y la mayor luz que hemos podido arrojar sobre esta actividad procede del estudio del lenguaje».

El trabajo aspira a brindar un panorama global a modo de «estado del arte» de la problemática. Pensamos que puede utilizarse, entre otros fines, como marco teórico de referencia para investigaciones empíricas enfocadas al campo de la educación.

Es necesario aclarar que estudiar la relación pensamiento-lenguaje en las prácticas pedagógicas rebasa los alcances de la monografía. Lo que sucede dentro de un aula es muy complejo, y requiere la inclusión de enfoques pedagógicos, didácticos, sociológicos, etc. Por esta razón, a la hora de centrarnos en el objeto de estudio hemos optado por mantener una visión general, no focalizada en el análisis de prácticas específicas.

Organización de la monografía

En el Capítulo I tomaremos los aportes de la psicología y otras disciplinas (antropología, filosofía, lingüística) para acercarnos a una definición amplia del lenguaje y del pensamiento. Se comparará el lenguaje humano con el «lenguaje animal» para establecer las características singulares del primero. También se pondrán en discusión las representaciones de sentido común sobre el pensamiento y la inteligencia, enfatizando en la raigambre cultural de estos conceptos.

En el Capítulo II veremos que relaciones establecen entre pensamiento y lenguaje las principales escuelas psicológicas, fundamentalmente desde la teoría socio-histórica desarrollada por Liev Vygotski y los trabajos de Jean Piaget. Se desarrollará el particular «diálogo» que ambos teóricos mantuvieron a la distancia, y se incluirán además, los aportes de Chomsky y la denominada hipótesis «Sapir-Whorf» para tener otras perspectivas del problema.

Por último, en el Capítulo III sintetizaremos los puntos centrales de cada corriente y cuestionaremos dos «mitos» muy difundidos sobre la relación pensamiento y lenguaje: (1) «Quien sabe muchas palabras ‘piensa más’»; (2) «El lenguaje es sólo la ‘cáscara’ del pensamiento». Utilizaremos las categorías teóricas abordadas para cuestionar el mecanicismo explicativo que subyace detrás de ellos.

Reflexiones epistemológicas preliminares

Toda construcción, inevitablemente, tiene que comenzar por sus cimientos ya que la solidez de la futura obra depende de sus bases, por tanto, explicitaremos en principio nuestra postura epistemológica en relación con los siguientes temas: la objetividad, el conocimiento científico y la delimitación del objeto de estudio, entre otros.[pic 1]

El pedagogo Faundez (en Freire, 1986, p. 59) dice que un trabajo de investigación se inicia planteando «preguntas-clave que es necesario encarar y resolver». Las preguntas no sólo estructuran el trabajo sino que son el motor principal de toda investigación. Al respecto afirma Bachelard (1938, p. 16): «Para un espíritu científico todo conocimiento es una respuesta a una pregunta». Tal vez esta afirmación no da cuenta de otras variables que motivan a un sujeto –cuya vida es finita y fugaz– a pasar horas, días y meses recorriendo bibliotecas, páginas de Internet o escribiendo sobre la pantalla luminosa.

No es posible soslayar que la monografía forma parte del plan de estudios de una carrera, es decir, al ser un requerimiento académico, éste es un «buen motivo» para su realización. Pero no nos podemos quedar allí. La fatigosa (y placentera) tarea de pensar y escribir debería tener como fin último plantear nuevas preguntas, motivar a otros a continuar con el tema, o aportar un grano de arena al conocimiento.

Sobre el enfoque disciplinar elegido es necesario explicitar algunos puntos. Cuando nos referimos a la «perspectiva psicológica» no debemos confundirla con asumir un «psicologismo». Este último sólo puede conducir a visiones reduccionistas de fenómenos complejos. Una mirada psicológica no excluye otras perspectivas de análisis y aportes multidisciplinares. Es fundamental aclararlo porque aún está muy arraigada la representación que considera al como hombre un ser abstracto y universal que puede estudiarse fragmentariamente desde disciplinas aisladas entre si, y sin relación con el medio social e histórico que lo constituye.

El lenguaje y el pensamiento no existen sin el hombre concreto, no son «Ideas» del mundo inteligible de la concepción platónica.

Tal vez por la limitación de todo lenguaje que tiende a congelar el devenir de la realidad, las acciones que son de naturaleza dinámica se susbtancializan, se tornan estáticas y no expresan su movimiento. Se alejan de la realidad material y social y adquieren carácter metafísico. En suma, no existe «el» pensamiento, sino «hombres que piensan». De manera análoga no encontramos «el» lenguaje, sino hombres reales que utilizan un lenguaje al interactuar entre ellos.

El psicólogo Bleger (1963, p. 19, destacado del autor) refuerza este punto de vista:

[La psicología tradicional] estudia al hombre en general, la percepción y la memoria, por ejemplo, como entidades en sí, y no a este hombre que percibe o que recuerda, a esto que es percibido y recordado, en esta estructura social y económica, en este momento y en esta situación.

Otra aclaración importante es el estilo lingüístico elegido para la escritura. Se utilizará el «plural mayestático» («nosotros…») (Botta, 2002), por considerar que esta persona gramatical permite una expresión del pensamiento más transparente y cercana al lector. La forma impersonal puede ser confundida con falsa objetividad o con un recurso empleado para refugiarse detrás del texto, borrando las marcas de subjetividad que acortan la distancia entre el autor y el lector.

En relación con la objetividad creemos que toda postura es siempre una expresión subjetiva. Por lo tanto, es una visión sesgada, oblicua, parcial, atravesada por valores, temores, inquietudes, pasiones y todas las variables sociales, políticas, económicas que nos configuran como seres humanos. El mito de la «inmaculada percepción» –por el cual el sujeto se acerca al objeto de conocimiento desde un lugar neutral y aséptico– pertenece ya al positivismo decimonónico, y es además, una falsificación ideológica.

La aspiración de alcanzar un conocimiento rotulado como «objetivo» –además de imposible– no deja de ser una forma encubierta de autoritarismo. Lo objetivo es –como dice Gramsci– «humanamente objetivo». Las huellas del sujeto son constitutivas del conocimiento, le dan vida. La objetividad nació muerta. No existe el objeto de conocimiento sin el hombre que lo construya.[1]

Por otra parte y siguiendo con el debate sobre los estilos de escritura, consideramos que el valor de un trabajo está en el aporte que realiza en la comprensión de la realidad y no en la forma en que está escrito. Algunos autores –utilizando el aforismo de Nietzsche– «enturbian el agua para que parezca profundo». Dicho de otro modo, un lenguaje «académico» no es por sí solo la expresión de un pensamiento más elaborado desde el punto de vista teórico. En ocasiones, pone de manifiesto la falta de claridad conceptual en la traducción[2] que implica textualizar las ideas. Una de las consecuencias es que genera en el desprevenido lector un sentimiento de desconfianza hacia sus propias herramientas de interpretación. Desconcertado ante la falta de comprensión, intuye algún tipo de «discapacidad» intelectual para extraer sentido del texto del «renombrado autor», que por los quilates de su apellido, se erige como portador de verdad. Además, el uso a veces innecesario de cierta «jerga académica», pródiga en tecnicismos, apunta (obviamente es injusto e imprudente generalizar) a un fin muy cuestionable éticamente: alejar a los neófitos y legos de la disciplina, anteponiendo una frontera que impide la distribución democrática del saber.

Dorfman y Mattelart (1972, p. 9, destacado nuestro) son más contundentes en esta posición:

Los investigadores tienden a reproducir en su propio lenguaje la misma dominación que ellos desean destruir. Este miedo a la locura de la palabras, al futuro como imaginación, al contacto permanente con el lector, este temor a hacer el ridículo y perder su ‘prestigio’ al aparecer desnudo frente a su particular reducto público, traduce su aversión a la vida y, en definitiva, a la realidad total. El científico quiere estudiar la lluvia y sale con un paraguas.

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