Arte Posmoderno, No Arte-acción
camilo.rojas10 de Junio de 2013
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ARTE POSMODERNO, NO ARTE-ACCIÓN
Un esfuerzo de contextualización de militares con acné y comerciantes obesos
Camilo Rojas Rojo
Este ensayo tiene como objeto diferenciar dos formas de arte que, por sus similitudes formales, tienden a ser confundidas o traslapadas. Por un lado está la performance posmoderna, como un arte corporal en el que el artista usa su cuerpo para evidenciar algo, mientras, por el otro lado, tenemos la actividad artística que surge bajo un manto represivo, dentro de la cual son usados el cuerpo y la performance como un medio para decir algo que va más allá de la mera representación de un afecto.
Nos parece relevante recalcar esta diferencia, pues, a nuestro juicio, estos dos movimientos son radicalmente distintos, pudiendo llegar incluso a la oposición, si es que contextualizamos adecuadamente sus finalidades.
Son las últimas palabras de un texto de Silvio de Gracia –y luego una revisión de un texto de Patricia Márquez– lo que nos motiva a reflexionar en torno al sentido del arte en su contexto, y a hacer una diferenciación más delicada entre estos dos modos de arte recién mencionados, pues nos parece que no es posible dejar de lado el contexto para pensar qué clase de arte se está produciendo. En este caso, por un lado está el arte que surge bajo la represión política explícita, acá representado por el arte-acción, mientras por el otro lado está el arte que se hace hoy en los países democratizados: el arte posmoderno. Pero para el autor argentino hoy es posible un resurgimiento del arte-acción en el marco posmoderno:
Hoy día, el arte acción latinoamericano parece revitalizarse y reafirmarse en su identidad. Muchos artistas siguen dotando de una connotación política a sus obras para resistir a los embates del neo-imperialismo militarizado de los Estados Unidos post 11-S, sus proyectos de integración económica forzada y las avanzadas de una globalización que amenaza con desvanecer las identidades de los pueblos. Tampoco faltan las reivindicaciones ecologistas, étnicas y sociales. La escasa recepción de las propuestas del arte acción se ha revertido por parte de la comunidad o, al menos, por parte de sectores cada vez más amplios de ella, que llegan a realizar una apropiación de sus actitudes y procedimientos para encauzar sus luchas y recuperar la largamente vedada territorialidad social.
No es exagerado pensar que Latinoamérica conserva una reserva utópica orientada a la defensa de los valores fundamentales del hombre, y que el arte acción es su canal privilegiado de expresión.
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En dictaduras o en los lugares en los que se está viviendo una represión política, la expresión artística se da en forma de espinillas en la cara del militar. Están bajo la piel del represor, surgen a partir de su cuerpo y de su sobreproducción de grasa; si no se las revienta, se hacen cada vez más visibles para todo el mundo, razón por la cual el represor decide reventarlas, aunque no siempre, por miedo a que queden heridas que las hagan más notorias aún. El arte-acción fue un acné creciente en el rostro de los militares latinoamericanos, que se miraban al espejo avergonzados por no comprender absolutamente nada del sentido de esas manchas, por no saber cómo combatirlas; definitivamente temían quedar con agujeros en la cara (no era miedo a la sangre ni nada de eso). El militar se paseaba por las calles y la gente lo miraba pensando ¿qué será lo que le pasa al militar?, ¿acaso estará enfermo? Las expresiones artísticas que hubo en Latinoamérica durante sus dictaduras militares ayudaron a levantar la pregunta de la gente, la pregunta acerca de esa estúpida y sórdida forma que estaban teniendo de vivir en un país, y, a su vez, ayudaron a pensar en una forma de cambiar el status quo.
En Estados Unidos, el país de las oportunidades, nace una especie de corriente, una especie de autodenominación histórica llamada “posmodernidad”. Todo empieza a marchar en una dirección, pues todos los que van por esa corriente piensan que son libres, libres en algo llamado “el mercado”. El cuerpo del comerciante es una masa de células uniformes que están orgullosas de pertenecer a ese organismo que engorda y engorda. Cada célula tiene la libertad de aumentar su peso del modo que le parezca, siempre y cuando se comprometa a no salir del cuerpo, incluso estando muerta. El cuerpo del comerciante se transforma en una masa inmensa dentro de la cual miles de millones de células se ven apretujadas y luchan por crecer más que sus vecinas, para ser ellas quienes apretujen a quienes las rodean, y no verse apretujadas por las mismas. Ya no importa el color de cada célula, no importa su forma o los movimientos que haga dentro del organismo, pues lo que importa ahora es crecer en volumen. Ni siquiera la densidad importa. En sectores desfavorecidos del cuerpo del comerciante, como la planta del pie o la zona de los genitales, donde las células han tenido un límite de crecimiento impuesto por la estructura ósea del comerciante, han surgido movimientos extraños que han hecho ruido, logrando deslizarse hacia otros sectores del cuerpo para crecer en volumen, con ciertas formas singulares. De este mismo modo se comporta el arte posmoderno, representado en este caso específico por la performance posmoderna, una forma de arte que logra ser oída por toda la masa uniforme y que logra ser aplaudida, una forma de arte quejumbrosa, para un público quejumbroso que, sin embargo, sigue engordando a velocidades catastróficas.
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Ahora, habría que aclarar algunos puntos respecto a cómo entendemos este comerciante, que vendría a ser justamente la posmodernidad. A partir de la diferenciación que hacemos entre estos dos tipos de arte, se nos hace más nítida la que podemos hacer entre una modernidad y una posmodernidad, y, luego, frente a la diferenciación entre una modernidad y una posmodernidad, se nos hace más evidente la que podemos hacer entre el arte acción y el arte posmoderno, en este caso el performático. Pero ¿qué entendemos por posmodernidad? Habiendo mucho pensamiento dedicado a distinguir lo posmoderno –trabajo difícil, sobre todo entendiendo que es en la posmodernidad donde y como vivimos–, nosotros adherimos a la propuesta de Ripalda , que entiende la posmodernidad a partir de ciertos rasgos sociales, «multitud de pequeños cambios que afectan a la sociedad americana [EE.UU.] desde mediados de los cincuenta », que rematan con un notorio cambio a nivel arquitectónico, dando así lugar al sujeto de consumo. Este sujeto de consumo y no otro será el artista y el espectador de la obra de arte posmoderna, una obra carente de una búsqueda de significado, entregada más a lo estético que a lo ético. Y seremos más puntuales aún: este sujeto de consumo, este sujeto posmoderno es, para nosotros, el sujeto de la democracia capitalista.
Ahora, respecto a esta posmodernidad, vamos a decir, con Lyotard , que estos cambios de rasgos sociales vienen muy de la mano con el progreso de las ciencias, y que el gran efecto de la posmodernidad es la incredulidad de los metarrelatos por parte del sujeto posmoderno. A esta idea le sumaremos nosotros que esta ausencia de credibilidad en metarrelatos implica la aparición de cierto consenso no hablado, cierto acuerdo guiñado respecto a la realidad –respecto a que los unos vivimos la misma realidad que los otros–, una especie de metarrelato mudo, no relatado, pero que es real y transversal. Algo semejante a lo que propone Bauman cuando dice que «ser concientes de que ésta es la verdad –o al menos intuirlo o pretender saberlo– es ser posmoderno. Podríamos decir que la posmodernidad es una modernidad sin ilusiones». Así, siguiendo con Bauman, vamos a sumarnos a la idea de Lipovetsky de que en la posmodernidad el “es” puro ya no se guía por un “deber ser”, vale decir: ya no hay una intención, no hay una idea que quiera ser dicha para cambiar las cosas: en su lugar sólo hay cambio, un cambio que está siendo y que no tiene la intención de referirse a sí ni de creer en metarrelatos respecto a su realidad, pues simplemente está siendo esa realidad. Y es precisamente en esta posición donde ubicamos el arte posmoderno.
Para terminar este apartado en el cual se pretende precisar qué entendemos por posmodernidad, vamos a tomar los cuatro modos de entenderla que nos ofrece Jameson . Respecto a la función de la modernidad, esta vez no adherimos a posturas como la de Lyotard, en el sentido su esperanza por una «reaparición triunfante de algún nuevo alto modernismo dotado de su antiguo poder y nueva vida» , es decir, no entendemos la posmodernidad como el antecesor de un nuevo modernismo que vuelva sobre su proyecto. Muy por el contrario, nos parece necesario el reconocimiento de este nuevo “tiempo” como lo que «se convierte en poco más que la forma asumida por lo auténticamente moderno en nuestro período, y una mera intensificación dialéctica del antiguo impulso modernista hacia la innovación» , es decir, consideramos que la posmodernidad es más bien una exacerbación de la modernidad, una continuación formal del proyecto en tanto serie de rupturas, pero una deformación del mismo en tanto objetivos.
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Ahora, volviendo al tema que nos convoca, diremos que ya es casi un cliché eso de que hoy el enemigo es invisible, y que las generaciones de jóvenes actuales (y de no tan jóvenes, y de viejos) no tienen nada ni a nadie contra quien descargar su descontento. Y, sin embargo, hoy, en plena posmodernidad, hay descontento. Un descontento silencioso, que en el arte sólo puede descubrirse en la acidez y la ironía –o bien
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