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Bianchi Susana, Historia Social De Mundo Occidental Cap. III

Mbarbarabelen10 de Junio de 2014

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Bianchi, Susana, Historia social del mundo occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea.

 Capítulo III: La época de las revoluciones burguesas.

1) La época de la “doble revolución”.

Dentro de una sociedad predominantemente rural, con sociedades profundamente jerarquizadas, en una Europa donde aún la mayoría de las naciones estaba dominada por las monarquías absolutas, las transformaciones comenzaron en dos países rivales: Inglaterra y Francia. Constituyeron dos procesos diferentes pero paralelos; sus resultados alcanzaron dimensiones mundiales.

Estas revoluciones permitieron el ascenso de la sociedad burguesa, pero también dieron origen a otros grupos sociales que podrían en tela de juicio los fundamentos de su dominación.

I. La revolución Industrial en Inglaterra.

Entre 1780 y 1790, en algunas regiones de Inglaterra comenzó a registrarse un aceleramiento del crecimiento económico. La capacidad productiva superaba límites y obstáculos y parecía capaz de una ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios que implicaba cambios cualitativos: las transformaciones se producían en y a través de una economía capitalista.

Consideraremos el capitalismo como un sistema de producción pero también de relaciones sociales. La principal característica del capitalismo es el trabajo proletario, es decir, de quienes venden su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Por lo tanto la principal característica del capitalismo es la separación entre los productores directos, la fuerza de trabajo y la concentración de los medios de producción en manos de otra clase social, la burguesía.

Fue en el siglo XVIII que la Revolución Industrial afirmó el desarrollo de las relaciones capitalistas, en la medida en que la aparición de la fábrica terminó por afirmar la separación entre trabajo y medios de producción.

 Los orígenes de la Revolución Industrial.

En Inglaterra, a partir del desarrollo de una agricultura comercial, la economía agraria se encontraba profundamente transformada. A mediados del siglo XVIII, el área capitalista de la agricultura inglesa se encontraba extendida y en vías de una posterior ampliación. El proceso era acompañado por métodos de labranza más eficientes, abono sistemático de la tierra, perfeccionamientos técnicos e introducción de nuevos cultivos; los productos del campo dominaban los mercados.

De este modo, la agricultura se encontraba preparada para cumplir con sus funciones básicas en un proceso de industrialización. En la medida en que la “revolución agrícola” implicaba un aumento de la productividad, permitía alimentar a más gente. Permitía alimentar, además, a gente que ya no trabajaba la tierra, a una creciente población no agraria. En un segundo lugar, al modernizar la agricultura y al destruir las antiguas formas de producción campesinas, la “revolución agrícola” acabó con las posibilidades de subsistencia de muchos campesinos que debieron trabajar como arrendatarios. Y muchos también debieron emigrar a las ciudades y se creaba así un cupo de potenciales reclutas para el trabajo industrial.

Pero la destrucción de las antiguas formas de trabajo liberaba mano de obra y a la vez creaba consumidores. La constitución de un mercado interno estaba y extenso, proporcionó una importante salida para los productores básicos.

Pero también Inglaterra contaba con un mercado exterior. Era un mercado sostenido por la agresiva política exterior del gobierno británico dispuesto a destruir a toda la competencia. Esto nos lleva al tercer factor que explica la peculiar posición de Inglaterra en el siglo XVIII: el gobierno. La “gloriosa revolución” de 1688, había instaurado una monarquía limitada por el Parlamento integrado por la Cámara de los Lores (aristócratas), pero también por la Cámara de los comunes. Inglaterra estaba dispuesta a subordinar su política a los fines económicos.

 El desarrollo de la Revolución Industrial.

La etapa del algodón.

El mercado exterior fue la chispa que encendió Revolución Industrial, ya que mientras la demanda interior se extendía, la exterior se multiplicaba. Pues el mercado interior desempeñó el papel de “amortiguador” para las industrias de exportación frente a las fluctuaciones del mercado.

No hay dudas de que la constante ampliación de la demanda – interna, externa u ambas – de textiles ingleses fue el impulso que llevó a los empresarios a mecanizar la producción: para responder a esa creciente demanda era necesario introducir una tecnología que permitiera ampliar esa producción-. De este modo, la primera industria “en revolución” fue la industria de los textiles de algodón.

Las máquinas de hilar, los husos y, posteriormente, los telares mecánicos eran innovaciones tecnológicas sencillas y, fundamentalmente, baratas. Estaban al alcance de pequeños empresarios y rápidamente compensaban los bajos gastos de inversión. Además, la expansión de la actividad industrial se financiaba fácilmente por los fantásticos beneficiones que producía a partir del crecimiento de los mercados. De este modo, la industria algodonera por su tipo de mecanización y el uso masivo de mano de obra barata permitió una rápida transferencia de ingresos del trabajo al capital y contribuyó al proceso de acumulación.

La etapa del ferrocarril

A pesar de éxito, una industrialización limitada y basada en un sector de la industria textil no podía ser estable ni duradera. A mediados de la década de 1830, cuando la industria textil atravesó su primera crisis, con la tecnificación, la producción se había multiplicado, pero los mercados no crecían con la rapidez necesaria; de este modo, los precios cayeron al mismo tiempo que los costos de producción no se reducían en la misma proporción.

Indudablemente, la industria textil estimuló el desarrollo tecnológico pero ofrecía límites: no demandaba carbón, hierro o acero, es decir, carecía de capacidad directa para estimular el desarrollo de las industrias pesadas de base.

El crecimiento de las ciudades generaba un constante aumento de la demanda de carbón, principalmente combustible domestico.

El crecimiento urbano había extendido la explotación de las minas de carbón y la producción fue lo suficientemente amplia como para estimular el invento que transformó radicalmente la industria: el ferrocarril (resultado directo de las necesidades de la minería). Sin embargo, la construcción de ferrocarriles presentaba un problema: su alto costo. Pero este problema se transformó en su principal ventaja, pues las primeras generaciones de industriales habían acumulado suficiente riqueza para invertir en esta nueva industria.

Así, el ferrocarril fue la solución para la crisis de la primera fase de la industria capitalista.

 Las transformaciones de la sociedad.

La expresión Revolución Industrial implicó la idea de profundas transformaciones sociales.

Las antiguas aristocracias no sufrieron cambios demasiado notables. Por el contrario, con las transformaciones económicas se vieron favorecidos. La modernización de la agricultura dejaba beneficios, y a éstos se agregaron los que proporcionaban los ferrocarriles que atravesaban sus posesiones. Eran propietarios del suelo y también del subsuelo, por lo tanto la expansión de la minería y la explotación del carbón era una ventaja para ellos.

También para las antiguas burguesías mercantiles y financieras, los cambios implicaron sólidos beneficios. La posibilidad de asimilación en las clases más altas también se dio para los primeros industriales textiles del siglo XVIII: para algunos millonarios del algodón, su ascenso social corría paralelo al económico.

El proceso de industrialización generaba a muchos “hombres de negocios”, que aunque habían acumulado fortuna, eran demasiados para ser absorbidos por las clases más altas. Estos comenzaron a definirse como “clase media” y como tal reclamaban derechos y poder. Eran hombros que se habían hecho “a sí mismos”.

Los nuevos métodos de producción modificaron profundamente el mundo d elos trabajadores. Evidentemente, para lograr esas transformaciones en la estructura y el ritmo de la producción debieron introducirse importantes cambios en la cantidad y calidad del trabajo.

Es indudable que, con la producción en la fábrica, surgió una nueva clase social: el proletariado o la clase obrera.

El proletariado estaba emergiendo de la multitud de antiguos artesanos, trabajadores domiciliarios y campesinos de la sociedad pre-industrial. Se trataba de una clase “en formación”, que aún no había adquirido un perfil definido.

La Revolución Industrial, en sus primeras etapas, reforzó formas pre-industrales de producción como el sistema de trabajo domiciliario. Dicho sistema comenzaba a transformarse en un trabajo “asalariado”.

En estas primeras etapas, los niños y las mujeres constituyeron la gran reserva de mano de obra de los nuevos empresarios.

De la heterogeneidad de las formas productivas con la que se inició la Revolución Industrial dependió la pluralidad de grupos sociales que conformaban a los “trabajadores pobres”. Sin embargo, con la expansión del sistema fabril, sobre todo en la década de 1820, comenzó a adquirir un perfil más definido: ya era la clase obrera fabril. Se trata de “proletarios”, es decir, de quienes no tienen otra fuente de ingresos digna de mención más que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. El proceso de mecanización les exigió concentrarse en un único lugar de

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