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Guía de elaboración del proyecto educativo institucional

Benjamín AguileraResumen20 de Septiembre de 2022

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LA ENSEÑANZA Y EL   APRENDIZAJE DE LA  LITERATURA EN EL

BACHILLERATO. UNA  REFLEXIÓN NECESARIA 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

A lo largo de la vida escolar es recurrente que se priorice el estudio de la enseñanza y aprendizaje de la literatura. Cuentos, poesías, ocupan un espacio en el currículo con una amplia gama de intenciones formativas, casi siempre relacionadas con el dominio de la lengua, la historia, es decir, la cultura en general. Investigaciones asociadas a la pertinencia de los programas justifican la importancia del estudio de esta materia en sus diferentes taxonomías y temáticas, pero al llegar al bachillerato las valoraciones respecto a la literatura se identifica con un proceso que tiende a ser aburrido, tedioso, que lejos de dejar una vivencia positiva desarrolla rechazo por los estudios literarios, todo lo cual se vincula con los hábitos y habilidades lectoras.

Entre los argumentos que justifican esta situación están las limitaciones técnico- metodológicas que caracterizan la didáctica utilizada en el proceso de enseñanza-  aprendizaje de la literatura: el énfasis en los detalles y de la vida del escritor seleccionado, la enumeración de las obras escritas por el autor, el análisis  de los aspectos gramaticales, recursos, técnicas, figuras literarias o de juicios críticos, mecánica utilización y dependencia de uno o más libros de texto, en desmedro de la lectura, análisis, crítica, valoración e interpretación de las obras literarias, resultan, entre otras, prácticas habituales que aun no se ha logrado desterrar. Esta situación influye en que los estudiantes tiendan a conformarse con aprender a leer y se acentué el poco interés por el estudio de la literatura y el gusto por la lectura, dos aspectos, que aun estando asociados, no se pueden asumir como lo mismo, cuando se trata de enseñar y aprender literatura. Interesa entonces, la  detención en esta última idea sobre todo porque el reto del bachillerato en el siglo XXI  valoriza sus potencialidades formativas.

 

DESARROLLO

 

I. La literatura y su contribución formativa

 

La literatura comparte el deseo común del arte y de la ciencia por el conocimiento, por tratar de dar a conocer y comprender el mundo; comparten también esa curiosidad innata del ser humano y el deseo de superación, pues el fin de esta es reflejar la cultura en sus  diferentes formas expresivas.  

Barthes (1984) destaca que la literatura como una “lengua metaliteraria” debe asumir como objeto el estudio de la unidad mínima de significación, constituyéndose en una verdadera “gramática” que produce estereotipos, que pueden ser transferidos en cualquier circunstancia, contribuyendo a la construcción del léxico a partir de un repertorio básico de comunicación.

Kristeva. (1981) reconoce a la literatura como un mosaico intertextual apreciable por el lector competente. En la obra se  propone la identificación de significados y esquemas de la trama cuya modalidad textual se presenta  como un resultado de permanencia y renovación  de sus modalidades discursivas.

En particular, la literatura tiene una visión holística del mundo desde la que se puede lograr integrar varias perspectivas, asumiendo como referencia un marco epistemológico amplio y abierto,  desde el cual se configura su contribución formativa,  objetivo que pondera su utilización en todos los niveles educativos. En cualquier caso para entender esta idea es preciso primero considerar los usos que se le pueden otorgar con estos fines

Entre sus funciones la literatura lleva implícita la proyección y mantenimiento de los valores, formas y estructuras referentes de la cultura. En ella la observación de las peculiaridades del género configura un discurso que elabora y reelabora modelos de  la tradición literaria, desde los modelos de interpretaciones del momento en que tiene lugar la creación artística.  

Supone, además, que a partir de la participación personal del receptor la literatura propicie la apreciación del hecho literario, contribuya a la formación del hábito lector en la sucesión progresiva de experiencias que irán determinando la correlación entre el lector implícito o destinatario y el receptor, quien construye los significados e interpreta las peculiaridades del discurso, estableciendo conexiones intertextuales que pueden llegar a expresarse en producciones o en la configuración de ideologías, saberes asociados al proceso creativo.

En principio el estudio de los antecedentes históricos y tendencias acerca del valor de la Literatura en el proceso de formación exige que sea  concebida  como recurso de aprendizaje que nutre a la Historia – a pesar de ser asignatura autónoma – en tanto que las obras son la manifestación del desenvolvimiento histórico de los pueblos y personas. Esto permite compartir la visión expresiva y representativa de valores estéticos e ideológicos.  

Desde aquí se logra entrelazar el objeto epistémico de la Literatura y el modelo de formación que desde las configuraciones cognitivas, emocionales de naturaleza axiológica emerja la noción de lo estético como una alternativa para satisfacer la necesidad del porqué  aprender y para qué puede ser útil.  

En este mismo orden la literatura contribuye al desarrollo de actitudes estéticas, así como al desarrollo de la  identidad cultural. Se confirma así que la Literatura favorece en gran medida el crecimiento cognoscitivo y espiritual; sin embargo, no es frecuente que se le atribuya un papel determinante en la formación de los estudiantes.  

En este orden también se identifican propuestas que desde una postura utilitaria valorizan su uso como recurso formativo para la ética, la estética, la interpretación histórica. O solo el objeto de estudio se asocia a los aspectos estructurales del texto.

No se toma en consideración que dentro de la Literatura existe un orden de objetos al que también pertenecen los sueños, las fantasías, los actos fallidos, por lo que permite ilustrar muchos de los supuestos propios y en este sentido se pueden destacar, asimismo, aspectos políticos, económicos y éticos, dirigidos hacia una crítica social.  

Sin embargo, en una perspectiva del análisis más profunda y comprometida alude al desarrollo de las competencias específicas de enseñar a aprender  Literatura, lo cual  constituye fundamento básico para justificar su presencia en el currículum del bachillerato.

 

II. La competencia literaria: una nueva mirada desde el Bachillerato  

 

La complejidad que centra la definición de las competencias y en particular la literaria impide asumir reglas o términos unívocos; más bien se precisa atender a la particularidad que matizan los múltiples aspectos de la literatura que supera entenderla en su capacidad interpretativa y productiva desde el canon teórico literario para introducir en ella la valoración de la experiencia lectora, la capacitación para la lectura de creación artística bajo el signo de lo lingüístico y en contextos semióticos que favorezcan la formación de un lector autónomo preparado para legitimar las referencias intertextuales  que devienen luego en aportaciones, saberes, expectativas y la estimulación del desarrollo de una comunicación.  

Más allá de los enfoques acerca de la competencia y su formación, los referentes que confirman la pertinencia de declarar una competencia literaria se encuentran en este caso en los planteamientos de Culler,(1978:89) quien afirma que poseer competencia literaria, es poseer un conjunto de convenciones para leer los textos literarios, y por otro lado apunta, añadiendo nuevos elementos: “Quien carezca de ese conocimiento, quien no esté versado en absoluto en literatura ni esté familiarizado con las convenciones por las cuales se lee la ficción se sentirá completamente desconcertado ante un poema. Su conocimiento del lenguaje le permitirá entender frases y oraciones, pero no sabrá- en sentido totalmente literal- qué hacer con esa extraña concatenación de frases. Será incapaz de leerla como literatura (…) por carecer de la compleja “competencia literaria”.

Los conocimientos lingüísticos del receptor, son indispensables para la conversión de las secuencias en significados, así como la acumulación de los saberes que configuran su experiencia literaria, su “enciclopedia personal”, favorecerán la comprensión del texto.

Se insiste en que la competencia literaria supone la capacidad de comprender distintos tipos de relación semántica en el que se destaca el condicionamiento social que permite el reconocimiento de las valores del texto, su conocimiento de los códigos literarios y metaliterarios que posee y  proyecta no sólo en la recepción de producciones estéticas, sino que incluye  múltiples actos de comunicación sociocultural.  

La competencia literaria informa acerca del lector y se compone del conocimiento de los convencionalismos comunes y compartidos (lector – autor, lector – grupo cultural, autor – grupo cultural) con relación al repertorio (referencias intertextuales, normas socio-históricas, contenido, etc. que incluye el texto) (W.

Iser, 1976).  

Pero en el desarrollo de la competencia literaria no puede obviarse que el autor, prevé los saberes de base y el tipo de capacidad del lector que serían deseables para que este estableciera sus horizontes y expectativa. (Jauss 1989). Sin embargo la recepción de la obra literaria requiere que cada lector en cada acto de lectura personal atribuya valoraciones que se suponen adecuadas y necesariamente coherentes a diversos tipos de obras que pertenecen a su tradición cultural y a otras tradiciones.  

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