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La naturaleza de los cambios de la educación universitaria

ricardo_803Trabajo28 de Septiembre de 2012

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1 (Biggs, 2005)

Cambiar la enseñanza universitaria

Para que los estudiantes consigan los resultados deseados de una manera razonablemente eficaz, la tarea fundamental del profesor consiste en lograr que sus alumnos realicen las actividades de aprendizaje que, con mayor probabilidad, les lleven a alcanzar los resultados pretendidos... Lo que hace el estudiante es, en realidad, más importante para determinar lo que aprende que lo que hace el profesor.

(Thomas J. Shuell, 1986)

En los días en que las aulas universitarias albergaban estudiantes muy selectos, matriculados en la facultad de su elección, parecía que la clase magistral y la tutoría tradicionales funcionaban muy bien. Sin embargo, la expansión, reestructuración y refinanciación del sector universitario en la década de 1990 ocasionaron que las aulas no sólo fuesen más grandes, sino muy diversificadas en relación con la capacidad, la motivación y la base cultural de los estudiantes. Los profesores encuentran importantes dificultades para mantener el nivel. No obstante, si consideramos que la enseñanza de calidad consiste en estimular a los alumnos para que utilicen los procesos de aprendizaje que los estudiantes «académicos» emplean de forma espontánea, no tienen por qué descender los niveles. No se trata de adquirir nuevas técnicas de enseñanza, sino de aprovechar la gran base de conocimientos, derivada de la investigación, acerca de la enseñanza y el aprendizaje que tenemos a nuestra disposición. Mediante la práctica reflexiva los profesores pueden crear, por tanto, un entorno mejorado de enseñanza adaptado a su propio contexto.

La naturaleza del cambio

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Los últimos diez años han asistido a un cambio extraordinario y generalizado de la estructura, la función y la financiación del sistema universitario. En general, la enseñanza y la toma de decisiones están sometidas a un control más centralizado y mucho más sujetas a consideraciones económicas y gerenciales que antes. La enseñanza de primer ciclo, en particular de estudiantes de programas internacionales de intercambio con otros países, se considera una fuente de fondos más lucrativa que la investigación y el trabajo de grado superior. El profesorado académico suele ser mayor y trabaja ahora en un tipo diferente de institución del que antes era habitual. En lo que respecta a la enseñanza misma, destacan de modo especial los siguientes cambios:

1. En la actualidad, en la enseñanza superior, hay una proporción mayor de antiguos escolares que antes. Hace 10 años, la proporción estaba en torno al 15%; ahora, supera el 40% en muchas áreas. Los estudiantes más brillantes y más comprometidos siguen estando allí, como estaban en el pasado, pero se sientan al lado de unos estudiantes de aptitudes académicas muy diferentes. En la actualidad, la diversidad de capacidades en las aulas es considerable.

2. La mayoría de los estudiantes pagará cada vez más por su educación. Exigirán un valor a cambio del dinero.

3. La diversidad de los estudiantes es mayor por otros conceptos: por edad y experiencia, por categoría socioeconómica y por antecedentes culturales.

4. Las clases han aumentado en tamaño y en diversidad. Un número menor de profesores está enseñando a un mayor número de estudiantes.

5. Hay más asignaturas orientadas al ejercicio profesional.

El efecto de cada uno de estos factores es mayor en algunas instituciones que en otras, pero, por regla general, el profesorado académico tiene que hacer frente a una situación nueva y muy exigente, con los correspondientes problemas de reajuste. Muchos de los factores mencionados —tamaño de las clases, mayor número de matriculados, menor número de profesores, nuevas asignaturas, reciclaje de docentes— exigen más en el plano de la competencia docente. Las presiones adicionales proceden, por una parte, del estudiante que paga en cuanto cliente y, por otra, de los directores de los departamentos, para mantener la financiación de las investigaciones y las publicaciones. Parece que todos los factores apuntan a un descenso inexorable de los niveles de enseñanza y, en consecuencia, del aprendizaje. Este libro se ha escrito para indicar cómo pueden mantenerse los niveles.

Cuando las aulas universitarias albergaban a estudiantes más selectos por las propias condiciones de acceso a la universidad, los métodos tradicionales de enseñanza como, por ejemplo, una clase magistral seguida por una tutoría, daban la sensación de funcionar bastante bien. Sin embargo, hoy día, con una población estudiantil mucho más diversificada, ya no parece que sirvan estos métodos. Para algunos, esto indica que muchos estudiantes no deberían estar de ninguna manera en la universidad. Sin embargo, están, y en números que parecen excluir todo lo que no sean los mismos métodos de enseñanza y de evaluación que no sirven. Con varios centenares de alumnos en una clase, ¿qué se puede hacer sino dar clases magistrales de masas y evaluar mediante pruebas de opción múltiple y corrección mecanizada?

La respuesta que damos aquí consiste en contemplar de un modo nuevo lo que entendemos por enseñanza. No se trata de encontrar mejores técnicas que las clases magistrales ya que no existe un único método óptimo de enseñanza, apto para todo. La enseñanza es individual, de ahí la necesidad que tenemos de ajustar nuestras decisiones docentes a nuestra materia, a los recursos disponibles, a nuestros estudiantes y a nuestras propias virtudes y defectos como profesores. Dependiendo de cómo concibamos el proceso de enseñanza, mediante nuestra reflexión, podremos llegar a alguna conclusión acerca de cómo mejorar nuestro trabajo.

Este libro nos invita a comenzar este proceso de reflexión proporcionándonos una serie de herramientas para hacerlo. Así el capítulo primero, nos indica una estrategia para contemplar de manera reflexiva la enseñanza. El capítulo segundo elabora un marco para la reflexión y cada uno de los capítulos posteriores desarrolla un aspecto de este marco con el fin de que al término del libro, nos encontremos en condiciones de señalar sus principales problemas y de diseñar unos procedimientos de enseñanza y de evaluación que lleven a los estudiantes a realizar las actividades que, con mayor probabilidad, los conduzcan a un aprendizaje de calidad coherente con los recursos disponibles.

La capacidad del estudiante y el método de enseñanza:

la compensación

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Observemos a dos estudiantes que asisten a una clase magistral. Susan es una alumna académicamente comprometida; brillante, le interesan sus estudios y se esfuerza por hacerlos bien. Tiene unos planes académicos o profesionales claros y lo que aprende es importante para ella. Por tanto, cuando aprende, lo hace de un modo «académico». Va a clase con un bagaje de conocimientos sólidos y relevantes y, quizá, con algunas preguntas para las que quiere hallar respuesta. En la clase encuentra alguna respuesta a la pregunta que se había planteado previamente; constituye la piedra angular de un determinado arco de conocimientos que está construyendo. También es posible que no sea la respuesta que buscaba y especula, preguntándose por qué no lo es. Prácticamente, los estudiantes como Susan (véase la figura 1.1) se enseñan a sí mismos, con poca ayuda de nuestra parte.

Veamos ahora a Robert. No está en la universidad por una curiosidad creciente acerca de una determinada materia o por una ambición personal de destacar en una cierta profesión, sino para obtener un título que le permita conseguir un trabajo. Ni siquiera estudia en el área de su primera opción. Está menos comprometido que Susan, quizá no sea tan brillante, desde el punto de vista académico, y tiene un bagaje menos desarrollado de conocimientos relevantes; va a clase con pocas preguntas. Sólo quiere esforzarse lo justo para aprobar. Robert oye decir al profesor las mismas palabras que oye Susan, pero no ve una piedra angular, sino sólo otro ladrillo que registrar en sus apuntes. Cree que si puede tomar nota de suficientes ladrillos y puede recordarlos a su debido tiempo, no tendrá problemas a la hora del examen.

Los estudiantes como Robert (véase la figura 1.1) están presentes en mayores proporciones en las aulas universitarias de nuestros días que hace veinte e, incluso, diez años. Necesitarán ayuda para alcanzar los mismos niveles de comprensión que sus compañeros más comprometidos logran de forma espontánea. Quizá sea cierto decir que Robert está «poco motivado», pero no sirve de nada. Lo que, en realidad, significa es que no está respondiendo a los métodos que funcionan con Susan, que es del tipo de estudiantes que había en la mayoría de las aulas de los viejos y buenos tiempos, donde nuestra docencia funcionaba. Sin embargo, evidentemente, el trabajo lo estaban haciendo los estudiantes, no nuestro ejercicio docente.

El reto al que nos enfrentamos los profesores consiste en enseñar de manera

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