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La Escuela Como Frontera


Enviado por   •  5 de Junio de 2014  •  1.568 Palabras (7 Páginas)  •  262 Visitas

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La escuela tendrá mayor o menor interpelación en la medida en que logre responder al horizonte de expectativas de los sujetos y, dado a las redes sociales de satisfacción no son las

mismas en cada lugar, los sentidos

con que se invista a la escuela serán diferentes según los contextos de que se trate, según las oportunidades sociales y culturales que rodee a cada grupo social. La valoración social de la escuela es entonces una construcción parcial situacional.

La frontera como horizonte de posibilidad

La escuela como “frontera” es la escuela del pasaje, que no implica borramiento de referentes históricos de identificación sino apertura de la cadena de significantes, es la escuela del “otro lado”, pero invertido. El otro lado desde el punto de vista del pensamiento moderno es la cultura de la periferia, la de la proxemia, la “no autorizada”. Pero para los sectores del margen, el “otro lado” son todos esos lenguajes y soportes que no participan de su cotidianeidad pero sí en un imaginario con el que quisiera fundirse; es la escuela portadora de la variación simbólica, es decir la escuela que introduce una diferencia. No obstante hay que entender esta diferencia en dos sentidos: como contingencia y como componente no excluyente. La diferencia como contingencia se opone a la idea de institución como la expresión neutra o adecuada de una funcionalidad esencial en cambio refiere a las construcciones de sentido como fijaciones parciales, resultantes de una compleja articulación entre diversas esferas de experiencia. Desde aquí la valoración de la escuela se trata una asignación de sentidos inscriptos en una relación particular.

La escuela como “frontera” es un horizonte. Al entrar a dialogar con el discurso localista pone de manifiesto su carácter inconcluso y la brecha por donde se cuelan

nuevos significantes. Da cuenta de una subjetividad plural y polifónica. Su presencia en la vida de los jóvenes supone la irrupción de una condición fronteriza en la que se mezclan distintos territorios de significación. Cuando el autor habla de variación simbólica alude a la entrada de nuevos soportes de sentidos.

Frente a la primacía del “cuerpo” (drogadicción, robos violencia), la restricción de experiencias diversas, el vacío institucional y la legitimidad del “cara a cara” como única fuente de moralidad, la escuela opone la validez de la “palabra”. Participar del universo de la palabra supone abrirse a la pluralidad semántica del lenguaje y operar en consecuencia en el terreno de la simbolización plena. Entrar en la escuela implica participar de un universo que nombra a los jóvenes como sujetos sociales y por lo tanto portadores de derechos.

La escuela como “frontera” remite a la construcción de un nuevo espacio simbólico que quiebra las racionalidades cotidianas. Esquemáticamente, la autora, sitúa dos dimensiones: el tiempo y el espacio. En relación con el tiempo lo que se produce es la irrupción de la discontinuidad frente a un tiempo reiterado y constante que se despliega al margen del “proyecto”, concebido como aquel orden imaginario que permite pensar otro presente. La escuela implica, más allá de su rutina, un cambio de temporalidad presente. Por un lado, la sola participación institucional coloca a los chicos frente a la exigencia de la anticipación y la previsión. La organización que establece tiempos de trabajo y de descanso, de atención y

producción, una

sucesión de materias diferentes y de demandas altera el carácter regular de la vida diaria y sitúa a los jóvenes frente a una cuota de imprevisibilidad y responsabilidad que quiebra la inercia de lo cotidiano. Por otro lado, la experiencia escolar va asociada a la formulación de proyectos. Desde el pequeño e inmediato surgido de la imaginación colectiva del grupo de pares que comparte la jornada escolar, hasta el más ambicioso y lejano , tal vez de horizonte borrosos, pero revelador de la posibilidad de imaginar un cambio en el presente.

Un pasaje a “otro lado”

La valoración que los jóvenes de los contextos relatados hacen de la escuela es el resultado del contraste de sentidos entre dos esferas de experiencia, la barrial y la institucional. La escuela les posibilita producir aberturas, traspasar fronteras simbólicas. Participar de la cultura escolar se convierte en la oportunidad de reconocimiento que tiene dos caras, la cara de la distinción en el interior de la propia comunidad y la cara de la articulación con la sociedad global. Además de los cambios de posición imaginaria que se producen respecto de los pequeños grupos como la familia o el vecindario, ir a la escuela es símbolo de articulación social.

La escuela se presenta como la institución proveedora de derechos, del derecho a participar del “progreso” y a recibir la confianza del otro. La idea de progreso tiene aquí un sentido particular, es entendido como la posibilidad de despegue de la fatalidad de origen. Participar de la cultura escolar implica apropiarse

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