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La Vida En Las Aulas

zacr16 de Noviembre de 2013

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La práctica de asignar sitios permite al docente o a un alumno comprobar la asistencia con una mirada. Generalmente un rápido vistazo es suficiente para determinar quien está y quién falta. La facilidad con que se realiza este proceso revela, con mayor elocuencia que cualquier palabra, lo acostumbrado que está cada miembro del aula a la presencia de otro miembro.

Una característica adicional de la atmósfera social de las clases de primaria merece, al menos, un ligero comentario. Existe en las escuelas una intimidad social que no guarda parangón con cualquier otro lugar en nuestra sociedad. Puede que en autobuses y cines haya más hacinamiento que en las aulas, pero las personas rara vez permanecen en sitios tan masificados durante largos períodos de tiempo y, mientras se encuentran allí, no suelen trabajar o interactuar entre ellas. Ni siquiera los obreros de una fábrica están tan juntos como los alumnos de una clase corriente. Imagínense además lo que sucedería si en una fábrica de las dimensiones de una escuela primaria típica hubiese 300 ó 400 obreros. Con toda seguridad, los sindicatos no lo permitirían. Sólo en las escuelas pasan varias horas 30 o más personas, literalmente codo con codo. Cuando abandonemos la clase, rara vez se nos exigirá tener de nuevo contacto con tanta gente durante tanto tiempo. Este hecho se subrayará especialmente en el último capítulo cuando abordemos las demandas, sociales de la vida en la escuela. '

Un aspecto final de la estabilidad experimentada por los jóvenes alumnos es la calidad ritualista y cíclica de las actividades realizadas en el aula. El horario cotidiano, por ejemplo, se divide en secciones definidas duran te las cuales es preciso estudiar materias específicas o realizar actividades concretas. El contenido dé¡ trabajo cambia con seguridad de un día a otro y de una semana a la siguiente y, en este sentido, existe una variedad considerable dentro de la estabilidad. Pero la ortografía sigue a la aritmética en la mañana del martes y cuando el profesor dice: «muy bien, ahora vamos con la ortografía», no surge sorpresa alguna entre los alumnos. Además, mientras buscan sus cuadernos de ortografía, puede que los niños no sepan qué nuevas palabras se incluirán en la tarea del día, pero tienen una idea bastante clara de lo que sucederá en los veinte minutos siguientes:

Pese a la diversidad de contenido de las materias, las formas identificables de actividad en clase no son muy numerosas. Las denominaciones: «trabajo individual», «debate en grupo», «explicación del profesor»

y «preguntas y respuestas» (en donde se incluirá el trabajo «en la pi.zarra,>), bastan para clasificar la mayor parte de lo que sucede durante la jornada escolar. Es posible añadir a la lista «presentación audiovisual», «exámenes» y «juegos» pero en la mayoría de las escuelas primarias esto rara vez tiene lugar.

Cada una de estas actividades principales se ejecuta conforme a unas normas que suelen ser muy precisas y que supuestamente entenderán y obedecerán los alumnos. Por ejemplo, no hablar en voz alta durante el

trabajo individual, no interrumpir a alguien durante los debates, atender al propio papel durante los exámenes, alzar la mano cuando se quiere formular una pregunta. Incluso en los primeros cursos, estas reglas son tan bien comprendidas por los alumnos (aunque no hayan sido completamente interiorizadas) que el profesor sólo tiene que formular unas indicaciones abreviadas («esas voces», «la mano, por favor») cuando percibe una transgresión. En muchas aulas se coloca permanentemente un calendario semanal para que un simple vistazo permita conocer a cualquiera lo que sucederá a continuación.

Así, cuando nuestro joven alumno acude a la escuela por la mañana, se introduce en un ambiente con el que está excepcionalmente familiarizado gracias a una larga permanencia. Más aún, se trata de un entorno bastante estable, en donde los objetos físicos, las relaciones sociales y las actividades principales siguen siendo los mismos día tras día, semaná tras semana e incluso, en ciertos aspectos, año tras año. La vida aquí se parece a la vida en otros contextos, en algunos aspectos pero no en todos. En otras palabras, existe una singularidad en el mundo del alumno. La escuela, como la iglesia y el hogar, es un tanto especial. Mírese por donde se mire, no hallará otro sitio semejante. En relación con la vida del alumno, existe un hecho importante que, a menudo, prefieren no citar profesores y padres, al menos no delante de los estudiantes. Es el hecho de que los pequeños deben estar en la escuela, tanto si quieren como si no. A este respecto los estudiantes poseen algo en común con los miembros de otras dos de nuestras instituciones sociales con asistencia obligatoria: las prisiones y los hospitales mentales. La analogía, aunque dramática, no pretende ser chocante y, desde luego, no existe comparación entre la desazón de la vida para los recluidos en nuestras prisiones e instituciones mentales y los afanes cotidianos de un chico de primero o segundo curso. Sin embargo, el escolar, como el adulto encerrado, es en cierto sentido un prisionero. Debe aceptar el carácter inevitable de su experiencia. Ha de desarrollar también estrategias para abordar el conflicto que frecuentemente surge entre sus deseos e intereses naturales, por un lado, y las expectativas institucionales, por otro. En los capítulos siguientes nos réferimos a varias de estas estrategias. Baste con señalar aquí que las miles de horas pasadas en el entorno altamente convencional dé las aulas de primaria no son, en definitiva, un á cuestión de elección, aunque algunos chicos puedan preferir la escuela al juego. Son muchos los niños de 7 años que acuden contentos a la escuela y, como padres y profesores, nos alegramos de que así sea, pero estamos preparados para imponer la asistencia a aquellos que muestren mayor aversión. Y nuestra vigilancia no pasa desapercibida a 16s niños.

En suma, las aulas son lugares especiales. Lo que allí sucede y la forma en que acontece se combinan para hacer estos reqintos diferentes de todos los demás. Eso no quiere decir, naturalmente, que no exista semejanza entre lo que pasa en la escuela y la experiencia de los alumnos.

Los afanes cotidianos dio (aunque no pase las páginas muy a menudo). Es, en otras palabras, un estudiante «modelo», aunque no necesariamente bueno.

Es difícil imaginar que algunos profesores de hoy, en especial todos de primaria- descalifiquen a un estudiante que se esfuerza-aunque-sea escaso-su-dominio del contenido del curso. Desde luego, incluso en niveles superiores de educación, los premios son a veces tanto para los sumisos como para los dotados. Es muy posible que muchos dé los alumnos encargados de pronunciar el discurso de despedida y de los presidentes de nuestras sociedades de honor deban el éxito tanto a su conformismo institucional como a sus.poderes intelectuales. Aunque ofenda a nuestra sensibilidad de reconocerlo, es indudable que la niña de ojos brillantes que recoge temblorosa su título de manos del director el día de final de curso llegó hasta allí en parte porque mecanografiaba muy bien sus temas semanales y entregaba a tiempo las tareas realizadas en casa.

Quizá parezca cínico este modo de hablar de los asuntos educativos y tal vez se interprete como una crítica a los profesores o como un intento de infravalorar las virtudes del orden, la puntualidad y el comporta miento adecuado en general. Pero nada de esto se pretende. La cuestión es simplemente que en las escuelas, como en las prisiones, la buena conducta produce beneficios.

De la _misma manera que la conformidad con las expectativas institucionales puede conducir al elogio, su ausencia puede determinar conflictos. En realidad, la relación entre el curriculum oculto y las dificultades el estudiante es aún más sorprendente que la relación entre dicho curriculum y el éxito del alumno. Consideremos, por ejemplo, las condiciones que conducen a una acción disciplinaria en clase ¿Por qué regañan los profesores a los estudiantes? ¿Porque el alumno ha dado una respuesta errónea? ¿Porque, por mucho que lo intentó, no ha conseguido entender las complejidades de una división larga? Generalmente no. Se regaña a los alumnos más bien por llegar tarde, por hacer mucho ruido, por no atender las explicaciones del profesor o por empujar en las filas. En otras palabras, la ira del docente se desencadena con mayor frecuencia debido a las violaciones de las normas institucionales y de las rutinas consiguientes que -a causa de indicios de deficiencias intelectuales en los estudiantes.

Las-exigencias del curriculum oculto acechan en el fondo incluso cuando consideramos dificultades más profundas que suponen claramente un fracaso académico. Cuando se requiere en la escuela la presencia de los

padres de Johnny porqué está retrasado en aritmética ¿cuál es la explicación proporcionada del escaso rendimiento de su hijo? Normalmente se culpa a las deficiencias motivacionales de Johnny y no a sus carencias intelectuales. Puede incluso que el profesor llegue a decir que Johnny no se siente motivado en las lecciones de aritmética. ¿Pero qué significa esto? Significa, en suma, que Jotmny ni siquiera lo intenta. Y no intentarlo, como ya hemos visto, se reduce con frecuencia a no cumplir-con las expectativas institucionales, a no llegar a dominar el curriculum oculto.

Los psicómetras describen a una persona como «experta en tests» cuando ha captado suficientemente bien los trucos de su construcción para responder correctamente a unas preguntas,

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